Padres «dispensadores» de motivación (o la trampa de vincular dinero y resultados)

May 2, 2022

CASO REAL. Niño de 10 años. La actividad extraescolar que desarrolla en su colegio es el minibasket (nivel bajo en relación a su categoría). Su madre es una apasionada del baloncesto. Y esta pasión la hace ir más allá que actuar solo como «madre». Con toda la buena voluntad del mundo, pero con toda la inconciencia respecto a las consecuencias, decide «motivar» a su hijo en busca de «hacerlo mejor», premiándole con dinero dependiendo de su actuación en los partidos (puntos, asistencias, «defensa», etc.).

Aspectos clave a tener en cuenta en este caso

  1. La iniciativa de la madre. Sabemos la tendencia de muchos padres a proyectar en su hijo sus propias motivaciones. Los niños se convierten en proyectos personales de los padres. Esto implica intervención y control por parte de los padres, en detrimento de la autonomía de los chavales. Si además tal intervención está mal orientada, los efectos negativos van a ser inevitables.
  2. El gran error: buscar motivar sobre algo por lo que el chaval ya siente pasión (como es el caso del ejemplo mostrado). ¿Por qué motivar externamente cuando ya hay motivación intrínseca? La mejor motivación es la que se basa en el disfrute por la actividad misma. Interferir en esto y pervertirlo con una motivación inadecuada en tirarse muchas piedras sobre el propio tejado.
  3. La mala orientación. En lugar de potenciar o acompañar en la motivación intrínseca, se decide motivar utilizando refuerzos extrínsecos (premios), y además vinculados a resultados (ejecución en competición). Se «entrena» al chaval a priorizar y a estar pendiente de los resultados o de las consecuencias, en detrimento del proceso (esfuerzo; aprender; ser mejor cada día) o el disfrute.
Fuente: Feedinco.

¿Qué consecuencias conlleva todo esto?

  1. El chaval es y se siente evaluado por la madre. En lugar de dejarse ir y disfrutar jugando, va a estar pendiente de hacer las cosas «que la madre quiere». Esto es trágico en si mismo.
  2. Si además las cosas «que quiere la madre» son diferentes a las que plantea el entrenador o las que necesita el chaval para seguir progresando o jugar en equipo, entonces la intromisión ya tiene efectos terribles. Al chico se le genera un conflicto interno entre lo que el entrenador plantea, lo que el equipo necesita, y lo que quiere y valora la madre.
  3. El chico se habitúa a recibir premios por el desempeño. Este hábito va a desarrollar una actitud que va a marcar su orientación motivacional en el futuro. Solo hará las cosas si hay una recompensa. Solo hará las cosas pensando en la recompensa. Si la madre sigue presa de su equivocación, el espiral va a ser infinito. Si a los 10 años ya hay premio en base a los resultados en una actividad que le apasiona, ¿qué pasará más adelante con los estudios, los hábitos, las tareas de casa, etc.? ¿Qué pasará cuando sea más difícil, o cuando no le guste hacerlo? No se podrá seguir con este sistema infinitamente; entonces se le pedirá al chico que lo haga por sí mismo… y no sabrá.
  4. La «efectividad» de la intervención de la madre pasa por desarrollar un control externo constante. Pero entonces, ¿qué pasará más adelante? Algo malo o peor. Lo malo: el chico luchará de forma inevitable por su autonomía (esto es bueno), y se encontrará con una madre que no sabrá dejarle ir; conflicto asegurado (esto es lo malo). Lo peor: el chico no sabrá evolucionar sin la presencia o la intervención de la madre; se habrá generado dependencia.
  5. La dependencia está muy relacionada con una baja autoestima. Es lo más perverso de esta intromisión de la madre. Si el niño se habitúa a ser valorado por los otros en lugar de potenciar un criterio propio, siempre va a depender de la opinión de los demás. Esto es una bomba de destrucción masiva para la autoestima.

¿Cómo arreglarlo?

Es complicado salir de esta dinámica de forma no traumática. Recuerdo que hace años, un jugador profesional me confesó que, cuando era joven, hubo un día que en medio del partido se quitó la camiseta y se la lanzó a su padre en la grada diciéndole «¡Anda, ten! ¿Baja tú y juega, a ver qué tal lo haces!». Antes de llegar a eso, recomiendo dar algunos pasos para revertir progresivamente los efectos perversos de intentar motivar a través de recompensar extrínsecamente los resultados.

Consejos para padres que han caído en esta trampa de vincular resultados con recompensas (no solo en el ámbito deportivo):

  1. Informarse de los objetivos planteados por el entrenador, tanto para el jugador como para el equipo. Haciendo esto se pueden evitar conflictos como el de premiar según los puntos anotados, cuando quizás el entrenador incide especialmente en potenciar el juego colectivo.
  2. Preguntar también por los valores que se persiguen (esfuerzo, fair play, trabajo en equipo, compañerismo, respeto a las normas, etc.). Sin lugar a dudas, son aspectos mucho más adecuados para poder «premiar» que no solo resultados en competición.
  3. Cambiar los premios. En lugar de dinero o premios ajenos a la actividad, pensar en recompensas relacionadas con la propia actividad, que fomenten la pasión por esa actividad, y que por tanto favorezcan la motivación intrínseca (aprender y disfrutar). Algunos ejemplos: entradas para ir a ver algún partido de profesionales, inscripciones a campus de verano, etc.
  4. Pasar progresivamente de una valoración externa a la auto-valoración. Plantear al chico el hecho que se auto-evalúe. Dar por buenas sus opiniones. Potenciar el hecho que sepa valorarse y que sepa darse cuenta de los logros y los retos pendientes.
  5. Estar cada vez menos presente. A medida que se fomenta la auto-evaluación, es importante reducir la presencia y el control, para deshabituar al chico a estar pendiente del criterio externo, y así fomentar su autonomía.
  6. Espaciar las recompensas. Pasar de dar recompensas cada semana, a plantear por ejemplo una «acumulación de puntos» que den acceso a un premio (de los adecuados, ¿eh?) más adelante. Que este «más adelante» esté cada vez más lejos: a final de mes, a final de trimestre, a final de temporada.
  7. Después de haber probado los pasos anteriores, aprovechar cualquier cambio en la dinámica deportiva para plantear retirar el sistema de evaluación-recompensa. Pueden ser buenos momentos las siguientes situaciones: inicio o final de temporada; cambio de fase competitiva (de primera a segunda vuelta); cambio de entrenador; cambio de categoría, etc.

¿Qué hacer si…?

  • el chico se resiste a no recibir «su» dinero. Desvincule el dinero de la actividad. A cambio, vincule el dinero con las necesidades que el chico pueda tener. Haga que el chico valore todo lo que recibe (estudios, extraescolares, ropa, calzado, juguetes, cuota de móvil, etc.). Es mucho dinero; hágaselo ver. Y dígale que el dinero está para eso, y seguirá disponible, siempre que sea conveniente, haya acuerdo mutuo, y se lo merezca. No hace falta dar dinero por jugar; el dinero ya está disponible igualmente (pero aproveche para que aprenda a darle valor).
  • como padre o madre, le cuesta desvincularse de esta práctica de valoración-recompensa. Provoque una excepción. Falte un día al partido (con la excusa que sea) y compruebe (seguro al 100%) que el niño habrá disfrutado igual o más, y que habrá jugado igual o mejor. Haga esta prueba para romper con sus miedos.
  • después de leer este artículo le entran ganas de romper drásticamente con la dinámica de valoración-recompensa. Valore primero seguir con los pasos descritos en este artículo. Y así cómo debió explicar a su hijo por qué recibiría dinero si anotaba X puntos (entre otras cosas), explíquele ahora también por qué hacer cada cambio que decida hacer. Asuma su error; excúsese si quiere en una buena voluntad mal enfocada (¡porque es así). Una retirada a tiempo ante una batalla mal planteada, puede ayudar a ganar una guerra más importante.

Joan Vives Ribó

Psicólogo del deporte

Autor del libro «Entrenando al entrenador…«